Noticia publicada por Corazón de la Amazonía.
Esta es la historia de descendientes de los abuelos Kakudo y Mayarit+k+, de los clanes Enokaya+ (mafafa roja y pintura roja) y Amenan+(gente de árboles), quienes huyeron de los peruanos y vivieron varias décadas en el monte.
La mayoría de los colombianos escasamente ha oído hablar de una guerra con el Perú que tuvo lugar hacia los años 30 del siglo XX y cuyo nombre más recordado es el del general Alfredo Vásquez Cobo, hoy nombre del Aeropuerto de Leticia, Amazonas.
Pocos conocen la tragedia y el genocidio de las caucherías. La explotación del caucho silvestre por parte de empresarios peruanos para venderlo a las florecientes fábricas de automóviles que hacían con este material sus primeras llantas, causó la esclavización y el exterminio de buena parte de la población indígena de una extensa región amazónica.
Los indígenas que hoy habitan el gran resguardo del Predio Putumayo son conscientes de ser herederos y sobrevivientes, testigos de la muerte y del renacer y la re-ocupación del territorio del que huyeron o del que fueron desplazados.
Faltaba sin embargo la voz de quienes huyeron y nunca regresaron a la ‘civilización’ y al contacto, aquellos que decidieron hasta hace muy poco permanecer refugiados en territorios selváticos de difícil acceso.
El abuelo Kakudo, a quien recuerdan en cada palabra y cada decisión de su vida itinerante, supo ver el peligro y planeó la huida de un pequeño grupo hacia un lugar que no conocían, abandonando todo lo que tenían -maloca, semillas, sus parientes- porque no querían morir. Como Yiñeko de los Andoke, como Kudideichi jefe Nonuya y Januto jefe Muinane que buscaron el retorno y la reconstrucción de la memoria y el territorio, Kakudo dirige esa sobrehumana tarea de sobreponer su gente al exterminio.
El relato es una odisea colectiva, en el mismo sentido del libro clásico de la literatura griega: un largo camino de regreso, mucho más largo que el de otros que compartieron el mismo destino, un camino marcado por una serie de estadías en una geografía recordada aquí por los animales (la boa de tierra), los árboles (el aguacatillo) o los episodios (cacería de babilla, veneno) que ocurrieron en el monte.
Para permanecer en esos territorios desconocidos del exilio, era clave hacer maloca, cantar, hacer los bailes que el abuelo enseñó. Había tabaco y manicuera. Hubo una buena vida con abundante comida sembrada, colectada en el monte, cacería y pesca. La gente creció, nacieron varios en las malocas que iban fundando. Se enfermaban y se curaban. Sabían hacer trampas para cazar aves y animales terrestres, pescaban con anzuelos hechos de huesos y cola de armadillo, conocían varios tipos de gusanos comestibles, hacían sal de monte… Casi todo estaba allí. Pero siempre cambiaban de sitio, por diferentes razones que el narrador -aún niño cuando esto ocurría- no siempre entendía. A veces un indicio de amenaza (gente extraña que deja alguna huella), búsqueda de un terreno más propicio o de mejor cacería, tristeza por la muerte de algún miembro del grupo.
Un día, el abuelo Kakudo decide regresar a ‘entre-ríos’, volver al sitio de donde salieron. Será también un largo viaje (que ya no es una huida) en el que van cargados de alimentos, sal de monte, tukupí. Será muy diferente al primer viaje en el que iban hambrientos y sin semillas. Pero el retorno no fue fácil. Llegan a donde está su gente, pero su misma gente los trata casi como los trataron los peruanos. La enfermedad los ataca, los médicos -ignorantes de cómo es el cuerpo de quienes han vivido sin medicina occidental- les ponen vacunas y los dejan inválidos. Como Ulises-Odiseo cuando regresa a Ítaca, encuentra su casa invadida de gente extraña y malévola que se aprovecha de lo que fue suyo. Allí también una difícil batalla los espera para conquistar otra vez el derecho de estar en su lugar con los suyos.
Hoy los herederos del abuelo Kakudo Luis Cefiro Huitoto (Q.E.P.D) Javier Huitoto y Romualdo Huitoto están en medio de la que fue su gente, dejando como legado su palabra, su orgullo de clan, su saber sobre el monte, sobre la vida en maloca, sobre el imperativo ético de compartir todo lo que se trabaja, de no ser perezoso, de cantar y bailar para festejar la vida, de resistir siempre para que el corazón no olvide, porque es el corazón el que recuerda.
TOMAS ROMÁN SÁNCHEZ
Dirigente Indígena
“Con el apoyo de Corazón de la Amazonía recopilamos nuestra historia. Recordamos cuando nuestros abuelos empezaron su recorrido, cuando hicieron sus primeras chagras y malocas, hasta que fueron contactados. Todo esto ha sido la base de nuestro plan cultural del pueblo Mesai”, cuenta Javier Uitoto.
Parte de reconocerse y reencontrarse, era poder reunirse con todas las personas de la familia y de este grupo, que aún viven en diferentes partes de la Amazonía, así que se logró hacer un “Encuentro de Descendientes” con el fin de retomar su historia, y construir su Plan Cultural, forjar su futuro teniendo claro su pasado, para que el corazón no olvide.
Romualdo Uitoto cuenta que “Corazón de la Amazonía nos está apoyando en el fortalecimiento de nuestra organización y gobernabilidad, en establecer nuestras chagras, de esta manera como estamos viviendo y tener una vivienda digna. Queremos nuestro gobierno propio, recoger ese conocimiento de nuestros antepasados y aplicarlo”.
Por ahora la historia que han recopilado, es un proceso que viene acompañando Rufina Román en calidad de traductora, bajo el asesoramiento de Parques Nacionales Naturales, en un documento que construyeron y que solo será de uso de los descendientes.
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